lunes, 29 de abril de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 2.



[2]

Me acuerdo de mi infancia, de los amores de niños, cuando sólo el pasar más tiempo en el colegio con esa persona especial era suficiente. ¿Puedo yo conformarme a mis 20 años con un amor parecido al de los niños? Si lo pienso, ¿por qué no? Es lo mismo, pero con mucha más intensidad. Es como si el mundo se parase al hablar con Robert. Cada vez que enciende la cámara y contemplo su rostro, su mirada, con la que me lo dice todo, nada más me importa. Sólo quiero hablar con él una eternidad, no tener que irme a dormir ni hacer cosas que no tengan que ver con pasar más tiempo “juntos”. Robert lo es todo…todo.

Este verano, a pesar de lo ocupada que estaba estudiando, un día, sin saber por qué, me conecté al chat, y lo vi. Ahí estaba, como siempre, nunca se desconecta de día, sólo cuando se va a dormir. Algo me decía que tenía que hablarle, aunque lo haya abandonado hace un año o más, ya ni lo recuerdo bien. Y el motivo por el que cual no me acuerdo del tiempo que estuve sin hablar con él es porque al volver a hacerlo, es como si hubiera pasado sólo una semana. Pensaba en él, me sumergía entre los recuerdos de nuestras conversaciones sin sentido, de nuestras risas a carcajadas y de mis lágrimas que se convertían en sonrisas cada vez que me decía que me echaba de menos.

Lo cierto es que cuando cambié de país con mi madre para tener una vida mejor, Robert y yo empezamos a hablar constantemente a través de Internet, y llegamos a un punto donde teníamos mucha más confianza que cuando vivíamos cerca. Antes sólo le hablaba al verlo por la calle, o en el colegio, y más tarde, en los dos años de instituto que estuve allí. Pero esta vez era distinto. Él me completaba, me hacía reír cuando estaba triste, me ofrecía esa parte de mí que me faltaba. Nadie comprendía esa conexión tan fuerte que había entre nosotros, aunque no entiendo el motivo, era todo muy fácil: nos queríamos. Por lo visto eso no era suficiente para nadie, sólo para nosotros.

[...]

Continuará

domingo, 28 de abril de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 1.




[1]

No recuerdo muy bien cómo empezó todo esto. Analizo cada uno de los acontecimientos cada noche antes de dormir. ¿Cómo se puede sentir tanto por una persona si no puedes tenerla cerca? ¿Acaso nos conformamos las personas con un amor a distancia, sin esos besos o abrazos que nos hacen sentir que el corazón dejará de latir por la inmensa emoción?

Lo único que sé es que yo no puedo dejar de pensar en él, que me he acostumbrado a nuestras conversaciones nocturnas, tumbados en la cama, a miles de kilómetros, pero sin embargo tan cerca. Cada palabra que dice en el silencio de la noche, cada respiración que escucho a través de los auriculares, todo eso me hace sentir que esto no es un sueño, es una realidad, a veces demasiado dura para poder soportarla.

Y cuando menos me lo espero, me doy cuenta de que todo empezó hace mucho tiempo, antes de ser conscientes de qué era el amor y para qué servía.

Un día, después de hablar de lo injusto que era el querernos y estar tan lejos, Robert me dijo:
    -  La verdad es que no sé muy bien qué pensar, pero yo tengo un presentimiento. Sé que algún día estaremos juntos.

En cuanto lo leí me di cuenta de que yo pensaba lo mismo, de que en lo más profundo de mi corazón sabía que él era ese amor que todos deseamos tener, ese amor que nunca se apaga, ese único amor en la vida.

[...]

Continuará
Queridos lectores,

Leer siempre puede aydarnos a escaparnos de la realidad y a dar rienda suelta a nuestra imaginación. Para mi a veces incluso va mucho más allá. Es así como me di cuenta hace un tiempo que no sólo me relajaba leer, sino también escribir. Y creo que no hay mejor manera de seguir soñando que compartiendo mi pequeño mundo imaginario con los demás. De esta manera, si os gustan mis historias, podéis disfrutar a través de la lectura, seguro que no tanto como lo haríais leyendo un libro de gran prestigio, pero yo lo único que pretendo es compartir mi pequeña afición con vosotros.

Besos!