[2]
Me acuerdo de mi infancia, de los
amores de niños, cuando sólo el pasar más tiempo en el colegio con esa persona
especial era suficiente. ¿Puedo yo conformarme a mis 20 años con un amor
parecido al de los niños? Si lo pienso, ¿por qué no? Es lo mismo, pero con
mucha más intensidad. Es como si el mundo se parase al hablar con Robert. Cada
vez que enciende la cámara y contemplo su rostro, su mirada, con la que me lo
dice todo, nada más me importa. Sólo quiero hablar con él una eternidad, no
tener que irme a dormir ni hacer cosas que no tengan que ver con pasar más
tiempo “juntos”. Robert lo es todo…todo.
Este verano, a pesar de lo
ocupada que estaba estudiando, un día, sin saber por qué, me conecté al chat, y
lo vi. Ahí estaba, como siempre, nunca se desconecta de día, sólo cuando se va
a dormir. Algo me decía que tenía que hablarle, aunque lo haya abandonado hace
un año o más, ya ni lo recuerdo bien. Y el motivo por el que cual no me acuerdo
del tiempo que estuve sin hablar con él es porque al volver a hacerlo, es como
si hubiera pasado sólo una semana. Pensaba en él, me sumergía entre los
recuerdos de nuestras conversaciones sin sentido, de nuestras risas a
carcajadas y de mis lágrimas que se convertían en sonrisas cada vez que me
decía que me echaba de menos.
Lo cierto es que cuando cambié de país con mi
madre para tener una vida mejor, Robert y yo empezamos a hablar constantemente
a través de Internet, y llegamos a un punto donde teníamos mucha más confianza
que cuando vivíamos cerca. Antes sólo le hablaba al verlo por la
calle, o en el colegio, y más tarde, en los dos años de instituto que estuve
allí. Pero esta vez era distinto. Él me completaba, me hacía reír cuando estaba
triste, me ofrecía esa parte de mí que me faltaba. Nadie comprendía esa
conexión tan fuerte que había entre nosotros, aunque no entiendo el motivo, era
todo muy fácil: nos queríamos. Por lo visto eso no era suficiente para nadie,
sólo para nosotros.
[...]
Continuará