lunes, 24 de junio de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 9.

[9]



Por la tarde mi madre me acompañó al pequeño parque que había al lado del hospital. Me explicó que el sonambulismo que tenía de pequeña me afectó de nuevo y al salir de casa por la noche tuve la mala suerte de que le fallaran los frenos del coche al chico que conducía.

Todavía estaba confundida y sin entender muy bien por qué justo en ese momento estaba volviendo esa parte de mi vida. Sin pensar más en ese tema, empecé a preguntarle a mi madre sobre la universidad. Tenía que hacer los exámenes finales y me sentía inútil, ya que sabía que eso conllevaba una beca no concedida y un verano estudiando. Ella logró tranquilizarme y me acompañó hasta mi habitación de nuevo.

     Estaba tumbada en esa cama tan incómoda e intentando encender la tele, cuando de repente me acordé de Robert. No sabía que estaba en el hospital y el miedo a que pensara otra vez que me había olvidado de él me invadió.

     - ¿Mamá, cuánto tiempo llevo aquí? – pregunté muy preocupada - 
     - Poco más de una semana. ¿Pero por qué me lo preguntas?
     - Por nada. Simplemente me siento un poco perdida y necesito saberlo.
– contesté intentando ocultar mis sentimientos – 

Sentía mi cuerpo cada vez más débil y sabía que me quedaría dormida pasados unos minutos.

De nuevo noté esa sensación de incertidumbre al despertarme, pero no vi a nadie cerca. Giré mi cabeza con gran dificultad hacia la derecha para buscar el teléfono y me di cuenta de que una persona estaba durmiendo en el sillón que había al lado de mi cama. Sabía que era alguien joven pero no podía ver su cara. Sin embargo, me quedé mirando hacia ese lado hasta que mi corazón empezó a latir cada vez con más fuerza. ¡Era Robert! No, no podía ser verdad. Él estaba a miles de kilómetros y, además, no podía haberse enterado de mi accidente.

Me quedé en blanco durante unos segundos, hasta que vi a esa persona levantarse y acercarse a mi cama. Mi corazón me decía que era él, pero mi cabeza lo negaba. Nuestras miradas estaban cada vez más y más cerca, hasta el momento de la conexión. ¡Sí, era Robert! Su suave cara, sus ojos marrones y sus labios perfectamente definidos me cautivaron. Estaba viviendo el momento que tanto había esperado.

      Se acercó lentamente y me dijo:

     - Hola, dormilona. ¿Cómo te encuentras? 
     - Un poco mareada, pero bien. – contesté ansiosa –
     - Se te veía tan tranquila durmiendo que no quería despertarte. 
     - ¿Pero qué haces tú aquí? ¿Cómo sabes lo del accidente? – pregunté –
    - Me avisó una amiga tuya. Por lo visto sabía toda nuestra historia y en cuanto se enteró que el accidente fue grave no dudó en decírmelo. Y aquí me tienes pequeña. No pienso abandonarte nunca. – me dijo mirándome fijamente – 
   - No digas eso sólo por cumplir. Los dos sabemos que no es verdad. Cuando me recupere te irás y volveremos a estar lejos.
    - Lo digo totalmente en serio. He hablado ya con mis padres y van a intentar pagarme los estudios aquí. Tendré que aprender el idioma, pero tengo todo un verano por delante y a la mejor profesora del mundo a mi lado.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me sentía la persona más afortunada del universo, pero no sabía si creérmelo. Podría ser un sueño del cual me despertaría rápidamente, o alucinaciones provocadas por la medicación.

Robert se acercó lentamente y acarició mi mano con suavidad. Sentí algo parecido al estallido de mil fuegos artificiales justo en el sitio donde me rozó. Mi corazón latía con mucha intensidad y notaba como mis pupilas se dilataban. Nuestros labios estaban cada vez más cerca y nuestras miradas se buscaban, deseando encontrarse. ¡Tres, dos, uno, explosión! Era el primer beso que me daba y sin duda lo recordaría mucho tiempo después. Millones de sensaciones se juntaron en ese momento y deseaba que fuese eterno. Él se tumbó en la cama conmigo y yo me quedé dormida en sus brazos mientras me acariciaba el pelo. Me sentía a salvo, como si nada malo me pudiera pasar a su lado.

Continuará

[...] 

sábado, 15 de junio de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 8.

[8]

De repente me desperté en un mar de dudas. No sabía dónde estaba, si estaba soñando, si me había desmayado, o qué era lo que había pasado conmigo. Lo primero que vi fue un rostro perfecto, con sus primeras arrugas, lo que lo hacían más especial aún. Era mi madre y estaba sorprendida de verme despierta, pero al mismo tiempo ocultaba tras sus ojos marrones una gran preocupación.

Yo, como la niña ingenua que siempre fui, pensaba que estaba soñando y que por la mañana escucharía el despertador y, tras posponerlo un par de veces, seguiría con mi aburrida vida. 

Pasados unos cuantos minutos, me di cuenta de que todo lo que veía a mi alrededor se parecía a un hospital. Sus paredes blancas, sus lámparas que me deslumbraban y me dificultaban todavía más la misión de reconocer la habitación, su ambiente lleno de desesperación, miedo, frustración, incertidumbre; sí, definitivamente estaba en un hospital.

      El que parecía ser mi médico me habló con una voz angelical:

     - Hola, María. Soy Daniel, tu médico. Has sufrido un grave accidente de coche. Tienes muchas lesiones pero te recuperarás lentamente. 
    - ¿Accidente? ¿Lesiones? Pero si esta semana tengo un examen, yo me tengo que ir. –dije preocupada - 
     - Tranquila. No te preocupes por eso. He hablado con tus profesores y están todos dispuestos a hacerte exámenes de incidencia cuando estés recuperada. –contestó mi madre para relajarme -
     - Lo único que necesitas ahora es descansar. Si tienes cualquier problema puedes llamarme y aquí estaré. –dijo el médico antes de irse y acariciarme suavemente el pelo - 
 
Solamente pude fijarme en sus ojos azules y su sonrisa cautivadora, ya que no recordaba nada y tampoco me habría servido de mucho intentar comprenderlo en ese momento.

El día transcurrió sin más, con la comida sin sabor de ese sitio que tanto odiaba y las enfermeras merodeando por la habitación, haciéndome todo tipo de pruebas. 

Continuará 

[...]