miércoles, 29 de mayo de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 7.

[7]


Cuando vi ese “hola” en la pantalla del ordenador, cuando vi su nombre, no me lo podía creer. ¿Era María la que me estaba hablando o era un sueño? Estaba asombrado, no sabía qué pensar, tenía dudas. ¿Por qué me hablaba después de tanto tiempo? Pero decidí dejar de preguntarme el porqué de todo lo que me estaba pasando. Era mi oportunidad de volver a hablar con ella, de recuperar el tiempo perdido, y lo único que yo hacía era pensar y hundirme cada vez más en ese océano lleno de dudas y preguntas sin respuesta. 

Le contesté. Estaba muy sorprendido. Después de tanto tiempo, de tantas noches en las que lo único que deseaba era poder estar con ella y sentir su calor, María me había hablado. Era real, muy real. Esa palabra que tanto había esperado, esa que antes me sabía a poco, en ese instante era la que me había devuelto la esperanza.

Fue en ese momento cuando me di cuenta de que el verano sería muy distinto a los demás, porque ella me había devuelto esa chispa que le faltaba a mi vida. Y a medida que hablaba con ella y le contaba detalles de mi vida, cada vez era más consciente de lo mucho que la había echado de menos. Todo el tiempo que estuvimos sin hablar, lo que me mantenía fuerte era esa coraza que me envolvía cuando se trataba de sentimientos, pero estaba de nuevo en mi vida y no pensaba dejarla escapar. María era mi Sol, ese que me acariciaba con sus rayos por las mañanas, que me animaba a seguir adelante, a creer en el amor.

[...]

Continuará

miércoles, 15 de mayo de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 6.

[6]



Llegó el verano. Terminé mi primer año de carrera. Un doble grado en la Facultad de empresariales, lo que siempre quise estudiar. Aún así tenía que seguir estudiando en las vacaciones. Ese año fue muy duro, tenía tres asignaturas pendientes. Me propuse estudiar todos los días para aprobarlas sin problema. Pero tenía tiempo, no se trataba del mismo estrés de la universidad. Podía relajarme también en mis ratos libres.

Me tomé dos semanas de descanso antes de empezar a estudiar. Disfruté de unos días de playa con mi madre, otros de barbacoa con mi tía y otros con mis amigos. Lo de siempre, lo que todos hacemos en verano, nada especial.

Cuando terminaron mis mini vacaciones cogí los libros y estudié como nunca. Pero tenía tiempo para descansar. Necesitaba mis ratitos de tranquilidad, escuchando música o leyendo un poco. Me apasionaba leer. De repente, después de la misma rutina de siempre, sentí un impulso irrefrenable de hacer algo distinto. Era como una voz que me decía que mi verano no era sólo estudiar, que todo iba a cambiar ese año.

Encendí el portátil, esperé impaciente a que se conectara el Internet y empecé a buscar cosas sin sentido. Buscaba algo, no sabía qué era. Pero sabía que tenía que encontrarlo. 

En ese momento lo vi. El icono del chat. Sabía que tenía que conectarme, que algo cambiaría con un sólo click. Y así fue. En ese instante me di cuenta de que lo único que necesitaba era hablar con él, con Robert. Estaba a un solo “hola” de hacerlo. Pero de repente intenté recordar cuándo fue la última vez que hablé con él. No lo sabía. ¿Tanto tiempo había pasado? ¿Estaría dispuesto a hablar conmigo o habría olvidado ya quién era? Me di cuenta de que necesitaba saber las respuestas a todas esas preguntas y que si no era lo bastante valiente para hablarle me arrepentiría toda mi vida.

   Tantos años con el icono en la pantalla del ordenador. ¿Por qué precisamente ese soleado día de julio fue cuando lo vi? ¿Por qué hasta entonces fue invisible para mí?

      - Hola. –dije-
 
Su respuesta fue idéntica a la mía, añadiendo unos emoticonos que mostraban su sorpresa.

Sólo hizo falta eso para empezar a hablar sin parar, como si nada hubiera pasado. En ningún momento me preguntó el motivo por el cual no di señales de vida durante tanto tiempo. Nos limitamos a contarnos todo lo que nos había pasado todos esos años. 

Después  de unos minutos de resúmenes sobre nuestras vidas, me sorprendió diciéndome:

      –  Ohh! ¡Cuánto echaba de menos hablar contigo!
      –  Yo también lo echaba mucho de menos. –dije-
               –  No era consciente de lo mucho que te extrañaba hasta ahora. 

Así empezó todo. Ese “hola” perdido en el aire, cargado de tanta ilusión, tantas esperanzas, tantos recuerdos. Esa palabra me devolvió la energía, me llenó de alegría y me ayudó a recuperar a esa persona especial, la que era capaz de hablarme sin pedirme explicaciones después de tanto tiempo, la que sólo se preocupaba por no perder ni un minuto más de su vida intentado comprender el porqué. Y yo, esa otra persona a la que él llenó de vida. No pensaba dejarlo ir de nuevo. Lo pedacitos de mi corazón estaban empezando a encontrarle la solución al puzzle, y Robert era la solución.

[...]

Continuará
 

sábado, 11 de mayo de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 5.

[5]


Intenté seguir con mi vida. Iba al instituto y salía con mis amigos. No podía quejarme, llevaba una vida normal, como la de cualquiera. Me enamoré. O eso creo. Me sentía bien en su presencia. Era una chica normal, pero la quería. A pesar de todo eso, nunca me sentí realmente feliz, sentía que me faltaba algo, ese algo especial que se supone que debemos sentir. Pensé que era mi imaginación la que me hacía plantearme si mis sentimientos hacia ella eran reales o no.

Pero llegó el día. Me dejó. Me dijo que nos peleábamos mucho y otras razones tontas para llenar el vacío que dejaba su explicación. De repente empezó a salir con un hombre cada semana. En ese momento es cuando me di cuenta de lo hipócritas que pueden llegar a ser las personas, y lo mucho que pueden mentir a lo largo de todas sus vidas. Ya no confiaba en nadie, me costaba creer que lo que me decían era verdad. ¿Cómo saber si me mentían o no? Prefería desconfiar y llevarme una sorpresa agradable que confiar ciegamente y decepcionarme.

María no estaba. Había desparecido de mi vida, sólo me quedaba su recuerdo. Las noches hasta las tantas hablando, su sonrisa, su mirada, esa que me mostraba todo lo que no se atrevía a decirme con palabras. Estaba seguro de que si ella hubiera estado a mi lado en esos momentos todo sería distinto ahora. Gracias a eso me di cuenta que no debo confiar en cualquier palabra bonita, así que supongo que fue una ventaja. Un precio alto que pagar. Me habría gustado no tener que aprender sin ella. 

Ahora la vida sigue sin más. Me refugio en los problemas de matemáticas, en los videojuegos y la música. Eso también me recuerda a ella. Encuentro canciones perdidas, canciones que le gustaban y me las enviaba para escucharlas, recuerdos de una época feliz.

[...]

Continuará

domingo, 5 de mayo de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 4.



[4]

No sé por qué dejé de hablarle. Lo quería con cada pedacito de mi corazón. ¿Por qué me alejé? ¿Por qué mi prioridad ya no era hablar con él, hacerle sonreír o preguntarle cómo le había ido el día? Me arrepiento cada vez más al pensar en todo el sufrimiento que tuvo que soportar por mi culpa. Robert es demasiado bueno para enfadarse por eso, pero nunca me perdonaré el haber sido el motivo de tantas noches en vela. Fue mi culpa. No hay forma de pensar otra cosa, porque es la realidad, la única que existe. 

Ahora, después de tanto tiempo, sigo culpándome por eso. No existe razón alguna para causarle a una persona tanto sufrimiento, y yo lo hice. No existe perdón para mí, no me lo merezco.

Dos años más tarde, después de adaptarme muy fácilmente a mi nuevo entorno, entró en mi vida una persona especial. Empezamos a salir nada más conocernos, error que nos perjudicó a los dos en todos los sentidos. A los tres años y medio decidí dejarlo. Llevaba unos meses con muchas dudas, le dije que ya no sentía lo mismo, que su personalidad y su tranquilo ritmo de vida chocaban con mi forma de ser. Y eso pasó: chocaron muchos icebergs minúsculos unos con otros, hasta que todos acabaron por hundirse y perder su encanto. Ya nada era lo mismo, ni las miradas, ni los abrazos, ni los “te quiero”. Sentía que no era eso lo que quería para el resto de mi vida, que tenía que acabar con todo antes de que fuera demasiado tarde. Me debía a mi misma ser sincera, y se lo debía a él por todos los momentos que me regaló. Fuimos felices. Le hice sufrir mucho, pero no podía seguir así. Sentía que la vida se me escapaba entre tantas peleas, dudas y pensamientos fugaces.

Creí estar enamorada, pero luego me di cuenta de que lo único que me aferraba a esa relación era la costumbre y la necesidad de cariño que me impulsó empezarla. La costumbre de tener a alguien a quien contarle mis problemas, mis momentos de alegría, mis locuras, alguien a quien poder abrazar cuando me sentía sola.

A pesar de todo, no me arrepiento de nada. Lo di todo en esa relación. Pero nada es para siempre, menos lo que es para siempre. Esa frase es suya, capta toda la esencia de Robert. Tan simple y a la vez tan llena de significado.

A veces le preguntaba: 

 -¿Has pensado alguna vez en mi hoy?

Y él me contestaba, con la originalidad que le caracterizaba:

-Nunca, menos cuando he pensado en ti.

Y vuelve a ocupar todos mis pensamientos. Cuando menos me lo espero, un pedacito de mi corazón se acuerda de él y los demás hacen lo mismo. Todos los pedacitos están compenetrados, encajan a la perfección cuando se trata de él. 

Robert lo sabe todo sobre mí, sobre mi fracasada relación. Hablábamos algunas veces, le contaba lo mucho que yo quería al otro, todos los momentos de felicidad. Él seguía sin pareja, queriéndome en silencio. Ya no me decía que me echaba de menos, ya no sentía el calor en sus palabras, ni la tristeza al despedirnos. Él nunca mostraba sus sentimientos con facilidad, pero yo era la excepción, esa que siempre existe.

Pienso en lo mal que él se sentía al contarle todos mis sentimientos hacia el otro hombre, el que siempre temió que yo encontraría, el que me dio los abrazos que él no pudo darme porque nos separaban miles de kilómetros.

[...]

Continuará

miércoles, 1 de mayo de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 3.


[3]

Ella me convertía en alguien puro, sensible, con los sentimientos a flor de piel. El único momento del día que me hacía sonreír hasta no poder más era aquel en el que hablaba con María. ¿Por qué ahora que está lejos es cuando más la quiero, cuando siento cada vez más que me hace falta? 

La verdad es que ella era esa persona por la que suspiraba en el colegio, era el típico amor de niños, cuando lo único que deseaba era verla y hablar sobre nuestro día a día.

Siempre di una imagen de tipo duro, que no mostraba sus  sentimientos con mucha facilidad, pero ella me hacía quitarme esa coraza y por muy poco romántico que fuera, siempre me sacaba mi lado más sensible. Pero no podía ser de otra manera. ¿Cómo no le iba a decir lo mucho que la quería y lo mucho que deseaba tenerla cerca?

Ese verano especial, hace 5 años, cuando se fue tan lejos, ese verano es el que me hizo darme cuenta de que me hacía falta en mi vida. Acostumbrarse a hablar todos los días con una persona no es nada bueno, porque cuando dejas de hacerlo es como si el mundo entero se te cayera encima. ¿Cómo pasó? ¿Cómo dejamos de hablarnos?

Ella empezó el instituto, yo también. No tenía tiempo. Estaba agobiada. Se conectaba de vez en cuando y me pedía perdón por no poder hablar más. Tal y como me decía hola se tenía que ir. Siempre me quedaba con las ganas de más: de más sonrisas, más historias que contar, más ilusiones que hacerme, más miradas calladas que lo dicen todo. Me quedaba con las ganas de más “momentos María”.

Si veo que el amor se me escapa, que ya no hablo con ella, ¿cómo puedo luchar, cómo intento hacerme a la idea de que ya no está ahí, que ya no soy su prioridad? Es difícil superarlo, darme cuenta de que ella ya tiene otra vida, que seguramente encontrará a alguien que pueda darle los abrazos que yo no pude darle en su momento. La única opción es seguir adelante, intentar olvidar todos los momentos vividos, dejar de pensar en su sonrisa cada vez que tengo ganas de verla e intentar no enfadarme, porque no es su culpa, es normal, ella no podrá esperar toda una vida a que ya no estemos lejos. Prefiero que ni me hable, porque cada vez que lo hace mi corazón se para, me grita que la quiere, que no puede  conformarse con un simple “hola” ni una excusa tonta. Y es como si alguien me hubiera escuchado desde algún lugar y hubiera intentado parar mi sufrimiento, porque María no me habló más.

[...]

Continuará