miércoles, 1 de mayo de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 3.


[3]

Ella me convertía en alguien puro, sensible, con los sentimientos a flor de piel. El único momento del día que me hacía sonreír hasta no poder más era aquel en el que hablaba con María. ¿Por qué ahora que está lejos es cuando más la quiero, cuando siento cada vez más que me hace falta? 

La verdad es que ella era esa persona por la que suspiraba en el colegio, era el típico amor de niños, cuando lo único que deseaba era verla y hablar sobre nuestro día a día.

Siempre di una imagen de tipo duro, que no mostraba sus  sentimientos con mucha facilidad, pero ella me hacía quitarme esa coraza y por muy poco romántico que fuera, siempre me sacaba mi lado más sensible. Pero no podía ser de otra manera. ¿Cómo no le iba a decir lo mucho que la quería y lo mucho que deseaba tenerla cerca?

Ese verano especial, hace 5 años, cuando se fue tan lejos, ese verano es el que me hizo darme cuenta de que me hacía falta en mi vida. Acostumbrarse a hablar todos los días con una persona no es nada bueno, porque cuando dejas de hacerlo es como si el mundo entero se te cayera encima. ¿Cómo pasó? ¿Cómo dejamos de hablarnos?

Ella empezó el instituto, yo también. No tenía tiempo. Estaba agobiada. Se conectaba de vez en cuando y me pedía perdón por no poder hablar más. Tal y como me decía hola se tenía que ir. Siempre me quedaba con las ganas de más: de más sonrisas, más historias que contar, más ilusiones que hacerme, más miradas calladas que lo dicen todo. Me quedaba con las ganas de más “momentos María”.

Si veo que el amor se me escapa, que ya no hablo con ella, ¿cómo puedo luchar, cómo intento hacerme a la idea de que ya no está ahí, que ya no soy su prioridad? Es difícil superarlo, darme cuenta de que ella ya tiene otra vida, que seguramente encontrará a alguien que pueda darle los abrazos que yo no pude darle en su momento. La única opción es seguir adelante, intentar olvidar todos los momentos vividos, dejar de pensar en su sonrisa cada vez que tengo ganas de verla e intentar no enfadarme, porque no es su culpa, es normal, ella no podrá esperar toda una vida a que ya no estemos lejos. Prefiero que ni me hable, porque cada vez que lo hace mi corazón se para, me grita que la quiere, que no puede  conformarse con un simple “hola” ni una excusa tonta. Y es como si alguien me hubiera escuchado desde algún lugar y hubiera intentado parar mi sufrimiento, porque María no me habló más.

[...]

Continuará

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