Llegó el verano. Terminé mi
primer año de carrera. Un doble grado en la Facultad de empresariales, lo que
siempre quise estudiar. Aún así tenía que seguir estudiando en las vacaciones.
Ese año fue muy duro, tenía tres asignaturas pendientes. Me propuse estudiar
todos los días para aprobarlas sin problema. Pero tenía tiempo, no se trataba del
mismo estrés de la universidad. Podía relajarme también en mis ratos libres.
Me tomé dos semanas de descanso
antes de empezar a estudiar. Disfruté de unos días de playa con mi madre, otros
de barbacoa con mi tía y otros con mis amigos. Lo de siempre, lo que todos
hacemos en verano, nada especial.
Cuando terminaron mis mini
vacaciones cogí los libros y estudié como nunca. Pero tenía tiempo para
descansar. Necesitaba mis ratitos de tranquilidad, escuchando música o leyendo
un poco. Me apasionaba leer. De repente, después de la misma
rutina de siempre, sentí un impulso irrefrenable de hacer algo distinto. Era como una voz que me decía que mi verano no era sólo
estudiar, que todo iba a cambiar ese año.
Encendí el portátil, esperé
impaciente a que se conectara el Internet y empecé a buscar cosas sin sentido.
Buscaba algo, no sabía qué era. Pero sabía que tenía que encontrarlo.
En ese momento lo vi. El icono
del chat. Sabía que tenía que conectarme, que algo cambiaría con un sólo click. Y
así fue. En ese instante me di cuenta de que lo único que necesitaba era hablar
con él, con Robert. Estaba a un solo “hola” de hacerlo. Pero de repente intenté
recordar cuándo fue la última vez que hablé con él. No lo sabía. ¿Tanto tiempo
había pasado? ¿Estaría dispuesto a hablar conmigo o habría olvidado ya quién era?
Me di cuenta de que necesitaba saber las respuestas a todas esas preguntas y que
si no era lo bastante valiente para hablarle me arrepentiría toda mi vida.
Tantos años con el icono en la
pantalla del ordenador. ¿Por qué precisamente ese soleado día de julio fue cuando lo vi? ¿Por qué
hasta entonces fue invisible para mí?
- Hola. –dije-
Su respuesta fue idéntica a la
mía, añadiendo unos emoticonos que mostraban su sorpresa.
Sólo hizo falta eso para empezar
a hablar sin parar, como si nada hubiera pasado. En ningún momento me preguntó
el motivo por el cual no di señales de vida durante tanto tiempo. Nos limitamos a contarnos
todo lo que nos había pasado todos esos años.
Después de unos minutos de resúmenes sobre nuestras
vidas, me sorprendió diciéndome:
– Ohh! ¡Cuánto echaba de menos hablar contigo!
– Yo también lo echaba mucho de menos. –dije-
– No era consciente de lo mucho que te extrañaba
hasta ahora.
Así empezó todo. Ese “hola”
perdido en el aire, cargado de tanta ilusión, tantas esperanzas, tantos
recuerdos. Esa palabra me devolvió la energía, me llenó de alegría y me ayudó a
recuperar a esa persona especial, la que era capaz de hablarme sin pedirme
explicaciones después de tanto tiempo, la que sólo se preocupaba por no perder ni
un minuto más de su vida intentado comprender el porqué. Y yo, esa otra persona
a la que él llenó de vida. No pensaba dejarlo ir de nuevo. Lo pedacitos de mi
corazón estaban empezando a encontrarle la solución al puzzle, y Robert era la
solución.
[...]
Continuará
[...]
Continuará
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