domingo, 5 de mayo de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 4.



[4]

No sé por qué dejé de hablarle. Lo quería con cada pedacito de mi corazón. ¿Por qué me alejé? ¿Por qué mi prioridad ya no era hablar con él, hacerle sonreír o preguntarle cómo le había ido el día? Me arrepiento cada vez más al pensar en todo el sufrimiento que tuvo que soportar por mi culpa. Robert es demasiado bueno para enfadarse por eso, pero nunca me perdonaré el haber sido el motivo de tantas noches en vela. Fue mi culpa. No hay forma de pensar otra cosa, porque es la realidad, la única que existe. 

Ahora, después de tanto tiempo, sigo culpándome por eso. No existe razón alguna para causarle a una persona tanto sufrimiento, y yo lo hice. No existe perdón para mí, no me lo merezco.

Dos años más tarde, después de adaptarme muy fácilmente a mi nuevo entorno, entró en mi vida una persona especial. Empezamos a salir nada más conocernos, error que nos perjudicó a los dos en todos los sentidos. A los tres años y medio decidí dejarlo. Llevaba unos meses con muchas dudas, le dije que ya no sentía lo mismo, que su personalidad y su tranquilo ritmo de vida chocaban con mi forma de ser. Y eso pasó: chocaron muchos icebergs minúsculos unos con otros, hasta que todos acabaron por hundirse y perder su encanto. Ya nada era lo mismo, ni las miradas, ni los abrazos, ni los “te quiero”. Sentía que no era eso lo que quería para el resto de mi vida, que tenía que acabar con todo antes de que fuera demasiado tarde. Me debía a mi misma ser sincera, y se lo debía a él por todos los momentos que me regaló. Fuimos felices. Le hice sufrir mucho, pero no podía seguir así. Sentía que la vida se me escapaba entre tantas peleas, dudas y pensamientos fugaces.

Creí estar enamorada, pero luego me di cuenta de que lo único que me aferraba a esa relación era la costumbre y la necesidad de cariño que me impulsó empezarla. La costumbre de tener a alguien a quien contarle mis problemas, mis momentos de alegría, mis locuras, alguien a quien poder abrazar cuando me sentía sola.

A pesar de todo, no me arrepiento de nada. Lo di todo en esa relación. Pero nada es para siempre, menos lo que es para siempre. Esa frase es suya, capta toda la esencia de Robert. Tan simple y a la vez tan llena de significado.

A veces le preguntaba: 

 -¿Has pensado alguna vez en mi hoy?

Y él me contestaba, con la originalidad que le caracterizaba:

-Nunca, menos cuando he pensado en ti.

Y vuelve a ocupar todos mis pensamientos. Cuando menos me lo espero, un pedacito de mi corazón se acuerda de él y los demás hacen lo mismo. Todos los pedacitos están compenetrados, encajan a la perfección cuando se trata de él. 

Robert lo sabe todo sobre mí, sobre mi fracasada relación. Hablábamos algunas veces, le contaba lo mucho que yo quería al otro, todos los momentos de felicidad. Él seguía sin pareja, queriéndome en silencio. Ya no me decía que me echaba de menos, ya no sentía el calor en sus palabras, ni la tristeza al despedirnos. Él nunca mostraba sus sentimientos con facilidad, pero yo era la excepción, esa que siempre existe.

Pienso en lo mal que él se sentía al contarle todos mis sentimientos hacia el otro hombre, el que siempre temió que yo encontraría, el que me dio los abrazos que él no pudo darme porque nos separaban miles de kilómetros.

[...]

Continuará

No hay comentarios:

Publicar un comentario