Intenté seguir con mi vida. Iba
al instituto y salía con mis amigos. No podía quejarme, llevaba una vida normal,
como la de cualquiera. Me enamoré. O eso creo. Me sentía bien en su presencia.
Era una chica normal, pero la quería. A pesar de todo eso, nunca me sentí
realmente feliz, sentía que me faltaba algo, ese algo especial que se supone
que debemos sentir. Pensé que era mi imaginación la que me hacía plantearme si mis sentimientos hacia ella eran reales o no.
Pero llegó el día. Me dejó. Me
dijo que nos peleábamos mucho y otras razones tontas para llenar el vacío que
dejaba su explicación. De repente empezó a salir con un hombre cada semana. En
ese momento es cuando me di cuenta de lo hipócritas que pueden llegar a ser las
personas, y lo mucho que pueden mentir a lo largo de todas sus vidas. Ya no
confiaba en nadie, me costaba creer que lo que me decían era verdad. ¿Cómo
saber si me mentían o no? Prefería desconfiar y llevarme una sorpresa
agradable que confiar ciegamente y decepcionarme.
María no estaba. Había
desparecido de mi vida, sólo me quedaba su recuerdo. Las noches hasta las
tantas hablando, su sonrisa, su mirada, esa que me mostraba todo lo que no se
atrevía a decirme con palabras. Estaba seguro de que si ella hubiera estado a mi
lado en esos momentos todo sería distinto ahora. Gracias a eso me di cuenta que no debo confiar en cualquier palabra bonita, así que supongo que fue una ventaja. Un precio alto que pagar. Me habría
gustado no tener que aprender sin ella.
Ahora la vida sigue sin más. Me refugio en los problemas de matemáticas, en los videojuegos y la
música. Eso también me recuerda a ella. Encuentro canciones perdidas, canciones
que le gustaban y me las enviaba para escucharlas, recuerdos de una época
feliz.
[...]
Continuará
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